Abuelo me cuenta su historia

 

Svyatolav estaba enseñando una foto.

– Abuelo ¡dime lo que es!

– Es mi historia, voy a contártela.

“Bien recuerdo, mis padres me habían pedido que hiciera mi maleta. Subimos al coche de papá. Era muy temprano, ya no recuerdo el trayecto, estaba durmiendo. Estábamos yendo a Ucrania. En aquel momento no sabía por qué nos íbamos. Era para huir de Rusia, de los pogroms. La única cosa que recuerdo es nuestra llegada al puerto. Había barcos por todas partes y sobre todo, había el Weser. Nuestro barco: el Weser.

Las velas estaban izadas. Cuando subí al barco, vi a una niña. Nos miramos. ¡Qué guapa era! Lo que no sabía era que veníamos e íbamos juntos al mismo sitio, que íbamos a conocernos. Había muchas familias, era la primera vez que veía a tanta gente. Parecía ser un hormiguero. Y en un momento, cuando estábamos sobre el puente del barco, mi padre a mi derecha y mi madre a mi izquierda, mis manos cogidas de las de papá y mamá, el barco se puso en marcha. Veía la tierra que se alejaba. Veía mi país alejarse. Veía mis once años que zarpaban y no podía hacer nada. ¿Cuándo podría volver?

El 14 de Agosto de 1889 mis ojos vieron una tierra desconocida, la de Argentina. Cuando bajamos, las familias no sabían adónde ir. Mi padre me decía que nos habían robado nuestras tierras.

El grupo estaba excitado: ¡los hombres gritaban tanto! Finalmente un rabino que se llamaba Henry Joseph nos ayudó. Tenía un contacto: un abogado de la comunidad judía, Pedro Palacios. Aceptó vendernos tierras de la región de Santa Fe donde se estaba construyendo en aquel tiempo la línea férrea a Tucumán. El 28 de agosto 1886, el contrato fue firmado.

El viaje fue terrible. A veces, hablaba con Nina. Lo sabía, me lo había dicho. Me decía que le gustaba leer, que tocaba violín. Durante una velada, había tocado para el grupo. Había visto entonces las caras sonreír, los ojos brillar. Todo el mundo estaba encantado. Pero, por la mañana, tuvimos que seguir nuestro periplo.

Cuando llegamos, estábamos muy cansados. Faltaba algo, algo que estaba mencionado en el contrato. Faltaban los animales, faltaba el apero de labranza… Pero, nadie tenía el ánimo de ponerse nervioso. Dormimos en los vagones de la línea, no lo podíamos en otro lugar. ¡Teníamos hambre!

– ¡Ahí! ¡Toma lo que te doy!

– Muchas gracias.

Sí, los trabajadores de la línea nos daban de comer. Así los colonos empezamos a establecernos en la Argentina: hambre, soledad, sufrimiento sin fin pero unos gestos de solidaridad también.

En todas las veladas, tocaba violín. Distribuía la felicidad. En todas las veladas, tocaba violín, pero, cada vez sentía un poco más de tristeza. Tenía el tifus. En una velada, ya no tocó. Estaba muerta. Estaba tan conmovido, triste. Después de ella, sesenta y tres niños murieron.

Un día, vi a un hombre. ¿Quién era? Estaba bien vestido, era pequeño, gordo. Y lo miraba todo, miraba nuestras vidas. Era W. Loewenthal. Parece que fue él quien nos ayudó.